Los cuerpos se despiertan
muy temprano.
Antes de que los ojos
amanezcan,
antes de que sepamos
que están vivos,
los cuerpos se han abierto
y nos aguardan.
Con la piel pegajosa
por el sueño
y el sudor que destila
el alambique
de nuestros más impuros
pensamientos,
nos buscamos, tanteando
como ciegos.
Nos buscamos también
olisqueando
las sábanas que saben
a nosotros
y tienen el sentir
del terciopelo
en los cuerpos desnudos.
Con el amanecer
en las pupilas
y la ansiosa caricia
de los dedos,
nadamos en los mares
de agua dulce
donde late el deseo.