Mi pueblo aún huele a infancia.
Me raspo las rodillas
al caer en la nostalgia de sus calles
con un derrape de mi vida adulta.
Me pongo mercromina
para que no se infecte de tristeza.
Y florece una costra
naranja fosforito
brillando en mi surtido de morriñas.
.
Mi pueblo aún tiene abrazos.
Abrazos de diez años, de quince, de cuarenta…
La vida se revive en esos niños
que corren y que juegan
con nuestros mismos ojos
y nuestras mismas huellas.
Seguimos aprendiendo la vida en sus aceras.
A veces hace falta buscar entre lo antiguo
para encontrar la casa
que siempre estuvo cerca.
.
Me conozco en sus plazas.
Recuerdo cómo fui:
ingenua, fiel, alegre, callejera…
Todo lo que soñé, lo que quería,
a lo que renuncié…
Todo aparece.
Los rincones me miran con mis ojos de ayer.
Me juzgan.
Y me encuentran.
.
Mi pueblo soy yo misma.
Y todo lo que soy surgió de aquella
que creció bajo un cielo de verano
pletórico de estrellas.