La luz amanecida bosqueja nuestras formas
sobre una cama blanca,
con la tinta que vierte la noche más oscura.
Se derrama un destello en cada poro,
como gotas de sol
que forman sobre el cuerpo
leves charcos
brillantes.
Y debajo, las sombras
se cuidan del reflejo que viene a despertarlas,
ansiosas por quedarse debajo de nosotros
durmiendo la resaca
de este amor incendiado,
astral,
que nos inflama.