De niña me encantaban los tacones.
Mi disfraz preferido,
un traje de princesa.
Escondía calcetines bajo la camiseta
simulando unos pechos imposibles
en mi cuerpo pequeño.
De niña suponía la vida de colores.
Quise ser guardia urbana,
timonear los rebaños de autobuses rugiendo
en pos de mi silbato.
Quise ser bailarina
pero mis pies no eran muy obedientes.
Aún no sentía vergüenza
cuando movía mi cuerpo.
De niña me gustaban los espárragos blancos.
Tenía un abrigo rojo
con un bolsillo mágico
en el que siempre había caramelos resecos.
Ya entonces me tentaban las cajas
y las puertas
y los huecos oscuros con el fondo invisible.
Juagaba a imaginarme abriendo pasadizos.
Encontraba tesoros
de plástico brillante.
De niña no quería tener pelo rizado.
Ni los dientes tan grandes.
Ni la tripa blandita.
No sé si me quería. Lo normal, imagino.
Tarde bastantes años en sentirme bonita.
De niña me gustaba escribir y la poesía
saltaba sin pensarlo
del lápiz a las hojas.
Leía por los rincones
descubriendo otros mundos,
descubriéndome a mí a través de otras vidas.
De niña era callada.
De niña era miedosa.
Fui aprendiendo una voz y armando mis temores.
De niña era capaz.
De niña era preciosa.
Pero eso lo sé ahora, con catorce mil soles.
Qué hermoso es!!
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