Se ahogaron las estrellas del cielo de su boca.
Se calló el cascabel prendido en la garganta
y ya no canta al alba.
Ya ni siquiera tiembla su úvula cristalina.
.
Se desglosó la lengua en minúsculos timbres,
rodaron por el cuello
en huida silenciosa hasta quedar disueltos
cuando ya no hubo libros,
ni sueños,
ni verano.
.
Y todas las palabras dejaron de servirle.
Todas las inflexiones de su voz se enrasaron
y un gemir monocorde
entumeció el oído
donde mi voz moraba.
.
Sus ojos, inmortales,
desbordados afluentes,
caudales infinitos por donde huye la pena.
La suciedad navega las mejillas abajo
dejando el rastro negro
de todos los olvidos.