Se despereza el gris de la ciudad
cuando el sol acaricia sus costados
con un dedo de luz amarillenta.
Y se van descubriendo
las ventanas.
.
Es un día de abril. Los habitantes
afloran a la luz con sus abrigos finos,
obedientes hormigas
en su pulcro trasiego cotidiano
hasta el laboratorio
al que llamamos vida.
.
Cada calle se embebe
de los matices ocres de las ropas
y la pátina añeja del humo de los coches.
Los autobuses braman.
Se alternan los semáforos.
La frutería adorna con colores la acera.
Hay un orden preciso en este cosmos,
este espurio artefacto
de perfecto engranaje.
.
Los hombres y mujeres desfilan a sus jaulas.
Conocen su lugar en la enorme estructura
y con sus pies hacen girar la rueda.
Los niños corretean,
flotando como mágicos destellos sobre el mapa,
con el pelo dormido
y un beso de cacao sobre los labios.
Deben andar deprisa
para llegar en hora a su redil.
Y los viejos deslizan
los pies en el paseo
a comprar el periódico,
al banco,
a la farmacia…
Le devuelven al orden sus limosnas.
.
Y en este inmenso ingenio resistimos,
nos amamos a ciegas,
nos ponemos enfermos,
cuidamos la amistad,
encontramos refugio para el alma plomiza,
gozamos de la música,
escribimos poemas.
Y algunas madrugadas
con la mente revuelta en el margen del juicio
aún nos preguntaremos
¿Qué pasará si paro?
.
“Engranaje” by Matissesis licensed under CC BY 2.0