Hay un renglón que ciñe
sin contener las curvas
voluptuosas y libres
dentro de su hermetismo.
Son mías.
No se rozan.
No se atrapan.
Me sitúo en el centro
de la palabra -trance-
que me funda:
Mujer.
.
Desde la propia cáscara
-no es ni siquiera un cuarto
ni un cajón de la cómoda-
desde ese territorio diminuto
más acá de la piel, de mi frontera
desprotegida,
con mis uñas y dientes;
desde los hondos lagos
del destierro,
yo me nombro:
Mujer.
.
Entre los brazos tibios que se elevan
y sostienen el espejo sin noche,
que huelen a jabón
y al sudor rezumado por la carga
con que horadan la tierra
y los cimientos;
en el cuerpo incansable
de todas las hermanas,
en sus cuerpos, que lucen
con todos los colores,
yo me encuentro:
Mujer.
.
Por la semilla estéril y la piedra fecunda.
Por el canto tenaz que anuncia la tormenta.
Con la desilusión
que no se rinde
y la mágica voz que no se ahoga,
que flota inagotable en la marea,
me rebelo :
Mujer.